Pluma de un ala

Thursday, March 30, 2006

Lo que Eco va a hacer uno de éstos días...

Cae la roca al precipicio. Cae una sola vez, pero suena varias más. Cada golpe contra la tierra se repite varias veces, cada vez con un volumen menor, hasta desaparecer en un suspiro del silencio. Una voz lejana se repite también decolorándose en cada segunda edición de su grito…

Sube la roca al precipicio. Sube una sola vez, pero la roca repite cada golpe con la tierra que yo pronuncio. Primero muy silenciosa como un suspiro, luego más fuerte, hasta que ella lo intenta. Es lo mismo con las voces. Les digo que decir y lo repiten, siempre demasiado fuerte. Estoy cansada de que me imiten. Siento una infinita tristeza. Es la soledad que ya me pesa demasiado. Ni siquiera recuerdo lo que es estar con alguien. Voy a regresar al bosque. Voy a regresar al bosque, bosque, bosque. Ya hasta me repito a mi misma. ¡Qué pesadilla!

Esta caminata ya duró varios siglos. Tuve que escuchar como imitaban mis preguntas tantas voces lejanas que ya no puedo soportarlas. Pero lo encontré. Me adentro lentamente en lo verde, entre troncos y arbustos y flores. La soledad se hace más ligera entre ellos, pero todavía me siento muy débil. La tristeza no disminuye, al contrario, se vuelve más intensa, como si no estuviera acostumbrada a sentirla permanentemente. Quema como nueva.

Encuentro un lugar que me parece familiar y recuerdo el nombre de una flor muy delicada que crece junto a un lago de agua tan quieta como un espejo. Narciso. El dolor se hace más fuerte en un lugar cerca del pecho. Es bonita, pero en todo el tiempo que estuve fuera vi muchas mejores.
La flor está cada vez más rara. Su tallo crece y sus pétalos se extienden, demasiado gruesos para pertenecer a una planta. Poco a poco revela la figura de un hombre tan inanimado como una roca, recostado junto al agua. Yo empiezo a sentir que mi materia se concentra, y recupero mi cara, mis manos, mis dedos… ¡Quiero tocarlo! Quiero tocar a ése hombre que sufre tanto como yo. Su cabeza está dentro del agua, que ahora se agita mucho a su alrededor. Seguramente por eso no puede respirar.

Poco a poco se levanta, y está vivo, y el agua vuelve a quedar inmóvil en su sitio, como congelada. No puede dejar de ver su reflejo. Yo ya tengo garganta y mi voz se concentra en ése único punto de mi cuerpo en agonía. Si pudiera hablar en éste momento, mi voz sonaría más fuerte que en los vacíos que llevo tanto tiempo habitando. Es hermoso. El hombre es un deleite para mis sentidos. Su olor y su figura me llaman y no puedo acercarme. Siento como mi cuerpo se agita, recordando lo que es el deseo. Él sigue sin mirar otra cosa más que su reflejo, embelesado y abstraído. Parece que se siente igual que yo, por las reacciones en su cuerpo. Debe de pensar que mi olor es el de su reflejo. Está agitado. Me doy cuenta de que el deseo es tan fuerte, que ambos nos acariciamos solos y en silencio. Las respiraciones van coordinadas, mis suspiros siempre delante de los suyos, que sólo son una versión más fuerte de los míos. El sólo puede verse a sí mismo y yo solo lo veo a él. Ésta obsesión si la recuerdo. Ninguno de los dos está satisfecho, porque los dos queremos algo que no tenemos. ¡Qué absurdo! Estoy cansada…
Él se decide a levantar la mirada del agua. Debe dolerle el cuello. ¿Qué tan solo tiene que estar alguien para no tener nada de que enamorarse más que de sí mismo? Parece que se ha olvidado por completo del reflejo. Está acostado sobre la hierba, pero no se ve hermoso, sino soberbio. Eso lo veo ahora. Está muy solo porque no sabe acercarse a los otros. Tampoco puede verlos bien. Así lo hicieron los dioses, como a mí me hicieron olvidar como se habla sola, sin que los otros vuelvan a decirlo. Me decido a salir de entre los árboles. Mi tristeza ya no arde, y está combinada con una esperanza que no tengo idea de donde salió. Se me pegó en cuanto él dejó de mirarse.

Levanta la vista y me ve. Es la primera vez que ve a otra persona. Hola, digo, primero muy suave, luego más fuerte, hasta que él lo repite con su voz de humano. Eres. Eres. Quien eres. Y él dice, ¿quién eres? Es mi maldición, siempre hago las preguntas y nunca obtengo una respuesta. Me mira intrigado. Pero pierde el interés rápidamente. Es muy hermoso, siempre y cuando no sepas que por dentro está vacío, y que no es capaz de desear algo que no pertenezca a su persona. Es realmente muy aburrido. Así que lo dejo en sus pensamientos, en los que nunca ha entrado nadie más que él mismo.

Ahora que se quedó atrás no me siento tan triste, ni tengo esperanza. Se fue cuando dejó de mirarme. Está llegando el recuerdo de lo que es una conversación a mi mente. Me hace sentir enojada. ¡Quiero tener conversaciones! ¡Y quiero muchas! Estoy realmente enojada. Solo sigo el camino por el que me llevan los pies, furiosos y ambicionando larguísimas conversaciones.
Y subo al Olimpo. Y ahí está ella, con todo su esplendor sobre el trono de oro. Está furiosa. Más que yo. Me mira casi con odio, y con un gesto de sus manos me lanza una voz humana a la garganta. Una voz apta para recibir respuestas, para ser escuchada claramente. Se ajusta perfectamente a mi garganta… es francamente impresionante. Él está parado frente a ella, magnífico, e inundado en el perfume de muchas otras mujeres. Se ríe cínicamente, burlándose de nosotras. En forma muy extraña, al ver el excelente trabajo que ella hizo conmigo, se va. La gran diosa y yo nos vemos a los ojos, y comenzamos a platicar alegremente. Todo está olvidado. Yo soy la que más habla, porque mi voz es perfecta, y soy tan buena usándola como si nunca la hubiera perdido.

En una cama, antes de dormirme, después de un día de mucha plática, me siento rara. Recuerdo los largos días que pasé en los espacios vacíos obligando a los otros imitarme, y veo como ahora me obligan ellos y mi propia adicción al sonido de mi voz a contar y contar historias. Me siento feliz, pero ya no poderosa. En aquel tiempo, hasta los dioses hubieran repetido mis palabras de haber puesto un solo pie en mis dominios. Todo terminó.
También extraño al patético y bello narciso, porque nunca he vuelto a desear algo con tanta fuerza. O tal vez extraño a la flor en la que se convirtió, haciéndolo inalcanzable.

En mi camino me borré de los escritos y las mentes humanas. Ahora que he vuelto al anonimato de la infancia, creo que lo mejor será ser feliz hasta ir disminuyendo de nuevo mi cuerpo y mi mente, y finalmente lograr desaparecer de la existencia en el refugio de mi madre. Es la única forma en la que podemos morir nosotros los inmortales...

1 Comments:

Post a Comment

<< Home