Pluma de un ala

Thursday, March 30, 2006

El Antifin (1a parte)

Las últimas luces del día se abrían paso en la distancia, besando al mar antes de deshacerse en líneas obscuras, que poco a poco rellenaron el cielo. Era la noche escogida por el anticreador para descrear las cosas, ya que por fin los hombres habían olvidado a los dioses. Se iba a divertir en el proceso de cambiar el mundo, y despertó a los antidioses, que llevaban tanto tiempo en la inexistencia.

La primera fue una mujer que yacía sobre una ola, muy cerca de la playa. Su cuerpo desnudo permanecía ingrávido flotando como un pétalo en la superficie del agua, pero como separado de ella, sin mojarse. Sus largos cabellos, tan largos como sus piernas, iban y venían cantando la misma canción que las olas. Se incorporó sobre el mar sin salpicar una sola gota y con el rostro inexpresivo. A primera vista hubiera parecido muy hermosa, pero si se observaba bien el horizonte perfecto de su cuerpo y el océano de su mirada, parecía más bien ahogada en su belleza, y siendo así, perfecta, era espantosa. Era la antibelleza…
Después y de la nada surgió otra mujer, transparente, débil y con una extraña expresión en el rostro, mezcla de inteligentemente ingenua o tontamente maligna. Vestía una armadura propia de un hombre y un manto largo e inmaculado. En la mano derecha sostenía un escudo lleno de grietas y en la izquierda una estatuilla parecida a la de la victoria, pero sentada en actitud derrotista y con las alas rotas. Era la antijusticia y sabiduría…
Abrazados en la arena se despertaron hermana y hermano, ambos armados con arco y flechas rotas, y con sus delgados cuerpos envueltos en túnicas negras. Se levantaron examinándolo todo con ojos grises y apagados, mientras de dos heridas paralelas y verticales en la espalda, les brotaban un par de enormes y afiladas alas negras. Eran el antisol, llenando la atmósfera con los sonidos de una lira agonizante y la antiluna, que lo apoyaba en silencio…
Por debajo de las olas se escurría un hombre barbado. Llevaba tridente y su cuerpo estaba cubierto de escamas de plata. Apenas despertó en las profundidades, cuando el mar empezó a hervir en una tormenta de burbujas explotando. Con su risa murió poco a poco la vida marina, y el agua empezó a evaporarse, quedando tan salada como la del mar muerto y con un aspecto verdoso y podrido.
Mientras tanto, nadie se dio cuenta de lo que estaba pasando. El aire se sentía más pesado que nunca, y la noche mucho más impenetrable. Y eso que faltaban muchos por llegar a la vida. El mundo nunca había sido descreado y esperaba inconscientemente el resultado de éste proceso contrario a todos los antes vistos en la Historia. Toda la música del mundo estaba tensa y rasgada… ¿cómo serán los antihumanos? ¿Cómo serían las cosas sometidas a ser contrarias a lo que son sin transformarse en sus opuestos?

No parecía ni el final ni el principio…

Lo que Eco va a hacer uno de éstos días...

Cae la roca al precipicio. Cae una sola vez, pero suena varias más. Cada golpe contra la tierra se repite varias veces, cada vez con un volumen menor, hasta desaparecer en un suspiro del silencio. Una voz lejana se repite también decolorándose en cada segunda edición de su grito…

Sube la roca al precipicio. Sube una sola vez, pero la roca repite cada golpe con la tierra que yo pronuncio. Primero muy silenciosa como un suspiro, luego más fuerte, hasta que ella lo intenta. Es lo mismo con las voces. Les digo que decir y lo repiten, siempre demasiado fuerte. Estoy cansada de que me imiten. Siento una infinita tristeza. Es la soledad que ya me pesa demasiado. Ni siquiera recuerdo lo que es estar con alguien. Voy a regresar al bosque. Voy a regresar al bosque, bosque, bosque. Ya hasta me repito a mi misma. ¡Qué pesadilla!

Esta caminata ya duró varios siglos. Tuve que escuchar como imitaban mis preguntas tantas voces lejanas que ya no puedo soportarlas. Pero lo encontré. Me adentro lentamente en lo verde, entre troncos y arbustos y flores. La soledad se hace más ligera entre ellos, pero todavía me siento muy débil. La tristeza no disminuye, al contrario, se vuelve más intensa, como si no estuviera acostumbrada a sentirla permanentemente. Quema como nueva.

Encuentro un lugar que me parece familiar y recuerdo el nombre de una flor muy delicada que crece junto a un lago de agua tan quieta como un espejo. Narciso. El dolor se hace más fuerte en un lugar cerca del pecho. Es bonita, pero en todo el tiempo que estuve fuera vi muchas mejores.
La flor está cada vez más rara. Su tallo crece y sus pétalos se extienden, demasiado gruesos para pertenecer a una planta. Poco a poco revela la figura de un hombre tan inanimado como una roca, recostado junto al agua. Yo empiezo a sentir que mi materia se concentra, y recupero mi cara, mis manos, mis dedos… ¡Quiero tocarlo! Quiero tocar a ése hombre que sufre tanto como yo. Su cabeza está dentro del agua, que ahora se agita mucho a su alrededor. Seguramente por eso no puede respirar.

Poco a poco se levanta, y está vivo, y el agua vuelve a quedar inmóvil en su sitio, como congelada. No puede dejar de ver su reflejo. Yo ya tengo garganta y mi voz se concentra en ése único punto de mi cuerpo en agonía. Si pudiera hablar en éste momento, mi voz sonaría más fuerte que en los vacíos que llevo tanto tiempo habitando. Es hermoso. El hombre es un deleite para mis sentidos. Su olor y su figura me llaman y no puedo acercarme. Siento como mi cuerpo se agita, recordando lo que es el deseo. Él sigue sin mirar otra cosa más que su reflejo, embelesado y abstraído. Parece que se siente igual que yo, por las reacciones en su cuerpo. Debe de pensar que mi olor es el de su reflejo. Está agitado. Me doy cuenta de que el deseo es tan fuerte, que ambos nos acariciamos solos y en silencio. Las respiraciones van coordinadas, mis suspiros siempre delante de los suyos, que sólo son una versión más fuerte de los míos. El sólo puede verse a sí mismo y yo solo lo veo a él. Ésta obsesión si la recuerdo. Ninguno de los dos está satisfecho, porque los dos queremos algo que no tenemos. ¡Qué absurdo! Estoy cansada…
Él se decide a levantar la mirada del agua. Debe dolerle el cuello. ¿Qué tan solo tiene que estar alguien para no tener nada de que enamorarse más que de sí mismo? Parece que se ha olvidado por completo del reflejo. Está acostado sobre la hierba, pero no se ve hermoso, sino soberbio. Eso lo veo ahora. Está muy solo porque no sabe acercarse a los otros. Tampoco puede verlos bien. Así lo hicieron los dioses, como a mí me hicieron olvidar como se habla sola, sin que los otros vuelvan a decirlo. Me decido a salir de entre los árboles. Mi tristeza ya no arde, y está combinada con una esperanza que no tengo idea de donde salió. Se me pegó en cuanto él dejó de mirarse.

Levanta la vista y me ve. Es la primera vez que ve a otra persona. Hola, digo, primero muy suave, luego más fuerte, hasta que él lo repite con su voz de humano. Eres. Eres. Quien eres. Y él dice, ¿quién eres? Es mi maldición, siempre hago las preguntas y nunca obtengo una respuesta. Me mira intrigado. Pero pierde el interés rápidamente. Es muy hermoso, siempre y cuando no sepas que por dentro está vacío, y que no es capaz de desear algo que no pertenezca a su persona. Es realmente muy aburrido. Así que lo dejo en sus pensamientos, en los que nunca ha entrado nadie más que él mismo.

Ahora que se quedó atrás no me siento tan triste, ni tengo esperanza. Se fue cuando dejó de mirarme. Está llegando el recuerdo de lo que es una conversación a mi mente. Me hace sentir enojada. ¡Quiero tener conversaciones! ¡Y quiero muchas! Estoy realmente enojada. Solo sigo el camino por el que me llevan los pies, furiosos y ambicionando larguísimas conversaciones.
Y subo al Olimpo. Y ahí está ella, con todo su esplendor sobre el trono de oro. Está furiosa. Más que yo. Me mira casi con odio, y con un gesto de sus manos me lanza una voz humana a la garganta. Una voz apta para recibir respuestas, para ser escuchada claramente. Se ajusta perfectamente a mi garganta… es francamente impresionante. Él está parado frente a ella, magnífico, e inundado en el perfume de muchas otras mujeres. Se ríe cínicamente, burlándose de nosotras. En forma muy extraña, al ver el excelente trabajo que ella hizo conmigo, se va. La gran diosa y yo nos vemos a los ojos, y comenzamos a platicar alegremente. Todo está olvidado. Yo soy la que más habla, porque mi voz es perfecta, y soy tan buena usándola como si nunca la hubiera perdido.

En una cama, antes de dormirme, después de un día de mucha plática, me siento rara. Recuerdo los largos días que pasé en los espacios vacíos obligando a los otros imitarme, y veo como ahora me obligan ellos y mi propia adicción al sonido de mi voz a contar y contar historias. Me siento feliz, pero ya no poderosa. En aquel tiempo, hasta los dioses hubieran repetido mis palabras de haber puesto un solo pie en mis dominios. Todo terminó.
También extraño al patético y bello narciso, porque nunca he vuelto a desear algo con tanta fuerza. O tal vez extraño a la flor en la que se convirtió, haciéndolo inalcanzable.

En mi camino me borré de los escritos y las mentes humanas. Ahora que he vuelto al anonimato de la infancia, creo que lo mejor será ser feliz hasta ir disminuyendo de nuevo mi cuerpo y mi mente, y finalmente lograr desaparecer de la existencia en el refugio de mi madre. Es la única forma en la que podemos morir nosotros los inmortales...

La grabadora de olores

Cuando llegamos a verlo, el doctor, que por cierto no tiene nombre, abrió la puerta con su cabello revuelto contrastando con una vestimenta impecable y blanca. Olía a limpio y aburrido. Cuando le dijimos la razón de nuestra visita, sustituyó su sonrisa forzada por una sincera que arrastró emocionado hasta el mueble de los cajones interminables. Le dije que habíamos estado platicando, yo con la cabeza en las rodillas de él, en el estado más pacífico y feliz que es posible alcanzar, cuando me di cuenta de ese maravilloso olor a seres extremadamente armónicos que desprendían nuestros cuerpos. Además estaba mezclado con el olor particular de cada uno, unificándonos en ese momento. Descubrí que si uno de los dos se moría, nunca más íbamos a poder volver a sentir eso que nos hace tan felices y me parecía horrible la idea de que ese olor nunca volviera a impregnar el aire sobre la faz de la tierra. Con mucho cuidado sacó un par de esferitas de cristal conectadas por un tubo del mismo material. De una de ellas salía una manguera que conectó a su minúscula computadora rarísima y sofisticada, y ya no supe más.
Nos borró la memoria para que no recordáramos el procedimiento, pero nos imprimió el olor en un par de anillos de plástico con material imborrable. No se gasta cuando pasa el tiempo. Lo malo es que ahora me confundo cuando lo traigo puesto, porque no puedo oler bien todas las otras sensaciones de los distintos momentos, ni reconocer bien las cosas y a las personas. Tampoco puedo deshacerme de ése porque se ha vuelto como una droga.
Supongo que los mecanismos de memoria del cuerpo son mucho más inteligentes…

Wednesday, March 15, 2006

Animal

Recuerdo que mi cuerpo estaba cubierto de una piel lisa y verde brillante. No conocí madre, ni padre ni hermanos, porque al caer mi primera noche, me dio demasiada curiosidad ver lo que había afuera del agujero de la tierra que me vio nacer, y me salí. Tuve mucho miedo, pero me encontró rápidamente un animal. Como también era verde, me sentí cómodo y me acerqué. Sin preguntarme nada me llevó con ella. Era una oruga. Pasé mucho tiempo con orugas, pensando que yo era un de ellas. Comía hojas tiernas y tomaba clases en las que lo único de lo que se hablaba era de la metamorfosis y la paciencia en el capullo. Las mariposas fueron la primera maravilla del mundo con la que me encontré. Eran enormes, de muchos colores y, lo mejor de todo: volaban. Volaban. Podían moverse desprendidas del suelo y sin arrastrarse. Así nació mi primera ambición: llegar a mariposa.
Pasó el tiempo y las orugas se fueron encerrando en capullos. Yo crecí más que las más grandes, pero seguía verde y liso, y sin ganas de encapsularme durante tiempo indefinido. Empecé a dudar de ser una oruga cuando me desperté y vi que todas las flores eran más pequeñas que yo. También las mariposas eran más pequeñas, lo que me preocupó bastante. Algo estaba mal conmigo. Un amigo, el único que me quedaba, me dijo que tal vez yo no sabía nada de madurar, y que solo sabía crecer. Me dejó deprimido y viéndolo encapullarse lentamente…
Se me rompió el corazón, porque decidí que yo no era una oruga, y por lo tanto, que tal vez nunca sería mariposa. Bajo el peso de mi primera frustración, empecé a vagar por el mundo, preguntando a los animales si sabían lo que yo era. Estuve con muchos, buscando la sensación de pertenencia que había tenido alguna vez. Intenté ser varias cosas, pero nada funcionó. Un día casi convencí a una serpiente de que yo era como ella. Le pedí que me dejara acompañarla, y aunque no era muy amable, aceptó. Estuvimos arrastrándonos y enrollándonos juntos hasta el día en que me ofreció como botana un poco de su rata y descubrió que yo comía hojas. Le pareció repugnante y me abandonó mientras dormía.
Un día triste junto a un río, se me ocurrió una idea. Tenía mucha curiosidad de ver mi cara. El agua, constantemente en movimiento, deformaba la imagen y no me permitía distinguir sus contornos. Vi que yo ya no era muy verde, sino más bien azulado, pero para saber eso no era necesario un reflejo. Necesitaba ver bien, me estiré un poco más… algo alargado se empezaba a acomodar… me estiré más, más… y me caí.
Fue una sensación hermosa. Mejor que cerrar los ojos contra el viento fingiendo volar como las mariposas. Al principio tuve miedo, pero después descubrí que no necesitaba salir para respirar. Me invadió la euforia y no podía dejar de moverme. Bajé a lo más hondo y me paseé entre las plantas y los peces, que eran algo totalmente nuevo para mí. Pensé que yo debía ser un pez. Hablé con uno que destruyó mi teoría de inmediato, alegando que si yo había vivido mi infancia completa fuera del agua, no podía ser como ellos. Pero no me importó, y decidí que si no lo era, podría convertirme en uno. Nadaba tan rápido como ellos, comía como ellos, dormía con ellos. Estaban algo cansados de mí, pero también se divertían. Me la pasé muy bien en el río. Las corrientes me fueron empujando lejos del lugar en el que caí por primera vez, pero de cualquier forma, yo no pensaba regresar. Mi nueva vida me parecía inmejorable.
Un día conocí a una anciana tortuga, a la que intenté convencer de que yo lo era también. No me dejó acompañarla, pero me habló del mar. Dijo que auque ella no se atrevía a acercarse, sabía que era enorme y salado, con profundidades inalcanzables y olas espumosas en las orillas. Dijo que tal vez ahí podría encontrar a otros como yo, porque había muchísimas especies que lo habitaban. Sonaba a un experimento interesante y decidí conocerlo, siguiendo su consejo de dejarme llevar por la corriente, que tarde o temprano me llevaría a él.
En mi camino hacia el mar, llegó un día en el que la soledad me pesó demasiado. No tenía ganas de nadar. La nostalgia me llevó la sensación del viento acariciando el cuerpo, y pensé en lo que se sentiría tener la tierra bien pegada bajo las patas. Porque por cierto, me habían salido unas patas. Así que nadé hacia la superficie. Después de tanto tiempo sumergido, la luz me deslumbró, y el aire me pareció muy dulce al respirarlo. Nadé hasta la orilla, con mi piel azul claro brillando impresionantemente. El paisaje que mis ojos vieron era una cosa muy distinta a la que yo había dejado atrás, cuando aún era un poco verde.
Recordé a las mariposas y me di cuenta de que volar seguía siendo mi sueño más deseado. Me asoleé un rato sobre el pasto de la orilla. No podía creer que alguna vez me había paseado por ahí abajo con las orugas. ¡Parecía tan pequeño e insignificante visto desde arriba! Suspiré pensando en ese mundo que yo había perdido para siempre. A mi alrededor crecían muchísimos árboles enormes. En el lugar en el que había vivido de pequeño solo crecían arbustos y flores y pasto. Me fascinaron los árboles. Me trepé al que me pareció más bonito, con sus ramas largas y delgadas colgando hacia el agua, como intentando beber un poco.
Ahí sentado conocí a un pájaro. No intenté convencerlo de que yo lo era también, ni le pregunté si había visto a alguien más como yo. Era como si mis esperanzas de pertenecer a algo se hubieran quedado en el agua. Resultó ser un animal agradable, y dijo que el mar estaba a unos cuantos días de vuelo. Me habló de cómo brillaba, de cómo se agitaba contra las rocas, y de los deliciosos peces que se podían comer ahí. Su último comentario me dio escalofríos, y me alegré por primera vez de no ser un pez. Me habló de su nido y sus hijos, para los que precisamente estaba buscando gusanos y orugas, (me alegré de no ser oruga) y también me contó de una lucha que tuvo con una serpiente que había intentado comérselos unos días antes. El pájaro me tenía muy interesado en todas sus historias, pero le llegó la hora de irse. Con un gesto de despedida desplegó sus alas y emprendió el vuelo, mucho más alto de lo que podría ir cualquier mariposa. Me dejó francamente impresionado. Los pájaros deben de ser los seres más poderosos del mundo, me dije ahogado en admiración. ¡Ojalá yo fuera un pájaro!
Cuando desperté al día siguiente, me habían salido algunas plumas. Eran blancas lisas y hermosas. No entendí nada, pero tampoco podía hacer nada, así que decidí que iba a quedarme inmóvil hasta que me cubrieran todo, aplicando los conocimientos sobre capullos aprendidos de las orugas. Tal vez simplemente iba a sufrir la metamorfosis de los pájaros. Echo un ovillo entre las ramas, me quedé dormido.
Después de lo que me pareció una eternidad de espera, me creció un ala completa. No era blanca, como el resto de mi cuerpo, que ahora estaba tapizado con suaves plumas blancas, sino de colores brillantes. Me alegré pensando tal vez yo era una mariposa emplumada. ¡Sí! Definitivamente era eso. Bueno, media mariposa, porque solo tenía un ala en medio de la espalda. ¿Será normal? Entonces recordé que yo era todo menos normal y me tranquilicé.
No sabía que hacer y no quería esperar otra vez, así que pensé que si empezaba a caminar hacia el mar, el ala que faltaba me saldría en el camino. Caminé mucho entre árboles y plantas. Caminé y caminé. El ala era muy pesada. Me cansé de ella, y de la otra no había ni rastro. Ya desesperado, intenté quitármela. Empecé a sacudirla con furia. La agité y la agité, cerrando los ojos por el esfuerzo, pero no se desprendía. Le di vueltas y vueltas y casi me da un infarto cuando dejé de sentir la tierra bajo mis patas y vi las copas de los árboles. Estaba volando, increíble pero cierto. Mi ala, girando en círculos, había levantado mi cuerpo por el aire. Era algo muy raro, pero también divertido. Lo malo era que no avanzaba y que estaba ridículamente suspendido en medio de la nada. Decidí esperar a que el viento, que en efecto llegó, me empujara. Después de un rato, muy cansado de ir tan lento y a punto de dejarme caer, levanté la vista y distinguí muy cerca de mí una enorme extensión de agua que parecía infinita. Me llené de fuerza y resistí hasta que el viento me acercó a la punta de una palmera, en la que finalmente pude descansar.
Al día siguiente, después de una larga siesta, bajé con bastante dificultad y métodos muy dolorosos de la palmera. Mi felicidad se esfumó al ver el enorme desierto de arena que me separaba de las frescas olas. Mi ala estaba demasiado cansada para volar. Así que caminé. Caminé una eternidad. Fue la peor etapa de mi vida, con todo y los clásicos momentos en los que estuve al borde del suicidio. Pero terminó. Terminó como todas las tormentas, y alcancé el querido mar. No me intimidaron sus enormes olas ni su espuma ni sus mounstros. Tomé vuelo y corrí lo más rápido que pude, saltando en uno de los mejores clavados de la historia, desde una roca que esperaba en la orilla. Crucé la barrera que es la superficie transparente del agua y bajé mucho, di vueltas, me alegré en el reencuentro con ése medio en el que me sentía tan bien. Fue una experiencia totalmente diferente a aquella que viví cuando era azul. El agua y yo habíamos cambiado, pero la sal y las plumas no hicieron que el placer que sentía al estar sumergido disminuyera. Pasé una hermosa temporada entrando y saliendo del mar, gracias a que ahora podía flotar. Pasé las noches más negras y estrelladas de mi vida en ésos días. Casi no conocí a nadie porque me alejé demasiado de las playas.
Mi segunda ala llegó de la manera más inesperada. No creció, sino que llegó. Por esas extrañas coincidencias de la vida, un ser muy raro encontró al mismo tiempo que yo, el punto lejano en el que yo vagaba por el océano. Nos encontramos cuando yo ya estaba resignado a la soledad, y me la pasaba bastante bien. La búsqueda de iguales se había ahogado en el río, y la esperanza de ser mariposa se había atorado en la arena. Ahora era un ser felizmente resignado a todo, encontrar el mar había sido mi último deseo. Pero de repente se aparece esa cosa. Pensé que era un espejo, pero no, no éramos iguales. Era de los mismos colores pero totalmente opuesta. Hablamos poco al principio. Luego nos hicimos amigos, pero discutíamos bastante, y todo el tiempo luchábamos contra el deseo de huir y seguir en nuestra pacífica soledad de antes. Un día chocamos por error y vimos que nuestros cuerpos embonaban. Embonaban justo por el medio. La unión vino natural e inevitable y vimos que la conexión iba más allá del cuerpo. Pensábamos juntos. Era literalmente mi otra mitad. ¡Con razón no me salía otra ala! ¡Todo éste tiempo estuve partido! Vueltos una sola mente y un solo cuerpo, extendimos nuestras alas multicolores al unísono y emprendimos el vuelo hacia el nivel más alto del aire. Fue el punto culminante de mi vida. Rompimos todos los límites que pudimos ponernos y agujeramos nubes en todas las alturas. Ningún otro ser ha volado tan alto. Cuando nos cansábamos de volar, planeábamos aprovechándonos del viento. Cuando nos cansábamos de planear, nos lanzábamos en picada al mar. Cuando nos cansábamos de nadar, flotábamos sobre las olas y pasábamos horas en la contemplación del mundo que vivía a nuestros pies o sobre nuestras cabezas, en el cielo, que ahora también era nuestro.
Éramos felices, pero todo cambia, y unas cosas se sustituyen por otras en la vida, así que decidimos irnos más lejos, hasta el fin del mundo. Fue cuando llegamos al hielo. A la tierra del hielo eterno. Nos volvimos adictos al frío, a los paisajes demasiado hermosos para ser ciertos y a los pingüinos, a los que por diversión, a veces tratábamos de convencer de que éramos pingüinos, pero nunca nos creyeron. Lo bueno es que nosotros ni queríamos ni íbamos a ser pingüinos de cualquier manera. Nos hicimos demasiado viejos en el hielo. En ésos días entendí que lo importante no había sido llegar a mariposa, sino volar. No pertenecer a algo, sino pertenecerse a sí mismo y estar cómodo con lo demás. No querer ser pájaro, sino querer ser lo que se es inevitablemente. No sé si son pensamientos que valgan la pena, pero en los blancos del invierno permanente uno piensa mucho. Y eso pensaba yo.
La última hazaña que puedo contar, fue el encuentro con el fuego. Tuvimos que hacerlo. Ya era hora, como cuando las orugas saben que tienen que volverse mariposas. Volamos hacia el sol, con el fin de llegar a él. Nos pareció que después de conquistar tierra, agua, y aire, el fuego no podía faltarnos. El camino fue largo y cansado, pero no desolado como el de la arena, porque estábamos juntos. El baño de fuego y la muerte no podría describirlos, pero si puedo hablar del momento justo antes de llegar en el que vimos que todos los del mundo estaban ahí también. Después de todo no éramos tan diferentes del resto.

Ahora he vuelto a vestir verde, y dentro del agujero en la tierra que me vio nacer, finalmente sé que nunca tuve madre. Solo soy yo partiéndome, renovándome y reencontrándome, para volver a morir. Todos hechos de lo mismo somos uno que crece para destruirse y después volver a crecer… lo divertido es el proceso.

La fuente

Realmente nada tenía mucha importancia esa noche. Nada había tenido mucha importancia en los últimos meses…
Acababa de terminar uno de esos libros de aventuras. Pensé que me gustaría ser un héroe, sobretodo por la recompensa que siempre reciben al final. El pensamiento se convirtió casi instantáneamente en una necesidad. Metido en mi cama decidí que simplemente lo que necesitaba era un reto. Me asomé por la ventana y observé cuidadosamente mi jardín, descuidado y salvaje, con todas esas plantas hostiles luchando por crecer más que las otras y robarse la luz. Parecía un lugar indicado para una prueba difícil. Así que comencé, como la mayoría de los héroes, con un viaje. El viaje desde mi recámara hasta el jardín. Lo más difícil fue cruzar el umbral de la puerta que había estado cerrada tanto tiempo, pero me armé de valor y caminé y caminé hasta que encontré, pasando por la cocina y su colección de amenazadores cuchillos, la puerta del jardín.
Del pasto ya no quedaba más que el recuerdo, porque todas las plantas lo habían privado de su porción de luz. Caminé con los pies descalzos sobre la tierra seca, que seguramente nunca había experimentado la humillación de ser pisada de esta manera. Durante dos larguísimos minutos de marcha penosa, terminé de recorrer todo el terreno.
Cuando alcancé la barda del fondo, aparté unas hojas de no sé que planta y encontré, en el lugar en el que la había puesto muchos años antes, la manguera. Decidí que convertirme en una fuente humana sería un bonito reto. Con la túnica blanca que usaba para dormir, me vería bastante escultural. Sí, estaba decidido. Sacrificaría una noche de mi vida para convertirme en fuente y poder refrescar y revivir así a mis plantas, antiguamente civilizadas, que habían sido empujadas al salvajismo y a los sufrimientos del ayuno y el abandono. Abrí la llave y jalé la manguera con todas mis fuerzas hasta el centro del jardín. Me hinqué sobre una rodilla y estiré la otra pierna hacia el frente para que la posición fuera más artística, después de todo, iba a convertirme en una fuente. Recargué una mano en un ficus que se erguía orgulloso sobre las espinas de unos rosales y estiré el otro brazo en diagonal hacia arriba, sosteniendo con fuerza la manguera.
La luna estaba asomándose por encima de la barda del lado derecho cuando todo comenzó. Pensé que no sería demasiado difícil, y así fue, en efecto, durante los primeros cinco minutos. El problema empezó en el minuto seis, cuando empecé a sentir que la tierra empezaba a convertirse en lodo. Se puso realmente desagradable y fría. El talón del pie izquierdo, que mantenía estirado hacia el frente, empezó a hundirse lentamente, al igual que mi rodilla derecha. Yo solo esperaba que no me tragara por completo el suelo. Pero no podía hacer nada, las fuentes son de piedra.
La luna ya se había separado de la barda cuando empezaron a explorarme las hormigas. Las vi subiendo por mi pierna, trepando por mi brazo y paseando por mi nariz. El cosquilleo iba bajo sus patas como zapatos. Yo no me movía, con el pie izquierdo totalmente sumergido en viscoso lodo negro. Luego vinieron un par de moscas a intentar arrastrarme a la locura con su canto, como las sirenas en la odisea. Y yo no tenía a nadie que me ayudara a quedarme quieto. Los grillos me marearon con sus himnos al insomnio, que seguí escuchando mucho tiempo después de que terminaran de cantarlos.
La luna estaba sobre mi cabeza cuando la manguera colgando de mi brazo se volvió muy pesada. El agua no terminaba de salir, con su ruido insistente de cascada. Yo solo pensaba en las plantas que debían estar muy agradecidas porque por fin podían beber hasta hartarse, y así logré sostener la mano en alto. La mano recargada en el ficus ya tenía impresas todas las líneas de la corteza, y un par de espinas de rosa habían rodeado mi brazo, amenazándome con hacerme sangrar si me movía un solo centímetro.
Pasaron las horas y yo ya sentía un gran respeto por las fuentes, y me empezaba a preguntar las razones que me habían llevado a lanzarme en una misión tan disparatada. Pensaba en mi vida, en todo lo que me había obligado a ser como era, en todo lo que me había llevado a vivir este momento de prueba, en el que estaba a punto de fracasar. No podía darme por vencido.
Cuando la luna empezó a acercarse al lado izquierdo yo ya no sentía mi cuerpo, que se había abandonado al dolor infinito de cada una de sus partes. También ignoraba los cosquilleos de los insectos y del lodo. Lo único que sentía era a una de las moscas que se metía una y otra vez en mi oído y el hilillo de viento helado que empezó a recorrerme la espalda entrando por la nuca. Todo yo empecé a temblar y mis ojos empezaron a nublarse.
Finalmente empezó a aparecer del lado derecho un poco de luz rosa, y la luna se escondió de ella lentamente entre la hiedra que cubría la barda izquierda. Yo era realmente una roca decidida a permanecer así hasta que el último pedazo de cuerno de luna dejara de asomarse. Faltaba muy poco. Si no resistía todo el esfuerzo que había hecho habría sido en vano. Esta era una misión muy importante, como todas las demás misiones humanas. La luz se volvió más amarilla. Lo único en lo que pensaba era en el agua. Estaba hundido en la tierra hasta la altura de la cintura.
La luna desapareció y el sol fue el que estuvo ahí a tiempo para despedirse de mí. Había rebasado los límites d mi fuerza, pero había salido victorioso. Sabía que no podría salir solo del charco en el que estaba hundido. Solté la manguera y el ficus. Mi brazo quedó rasguñado por las rosas al separarlo y sangraba casi tanto como mis manos, que antes de reventar se habían quedado moradas. Yo no me parecía nada al hombre que había sido la mañana anterior. Había aprendido muchas cosas en el curso de mis meditaciones, mis obstáculos superados me habían hecho más fuerte, y mi experiencia en general me elevaba sobre todos los demás, que nunca iban a entender como yo lo que significaba convertirse en una fuente. Era un héroe. Un hombre nuevo. Las plantas verdeaban agradecidas sobre mi cabeza, las flores se abrían, los pajarillos se bañaban en mi charco… hasta las moscas habían dejado de torturarme. El día me sonreía con su cielo azul y su mañana fresca, la hora más fría se había ido. Cerré los ojos y morí.

¡Pero si solo iba a ser una noche de sacrificio! Bueno, eso les pasa a veces a los héroes… ¡Pero si fue un acto bastante suicida! Bueno, eso les pasa a veces a los héroes…

La vida es una canción

El olor de la vara de nardo inundó el cuarto en cuanto se derramó la noche. Ellos entraron y se quitaron la ropa. El olor de la rosa que traía ella en la mano, se mezcló con el del nardo y con el olor de ellos dos. La cama con ellos se empapó de noche. La noche derramada que soltó el olor de la vara de nardo. El cuarto con la luz, las presencias y el aroma era un cuarto con. Era una noche sin sin. Una noche con con. Muy rítmica y repetitiva.

Llegó otra noche, no derramada, sino colocada. El florero sin nardo no olía a nada. Ella se quitó la ropa y se acostó en la cama. No prendió la luz ni cerró la ventana. Sin ropa y sin perfume y sin flor. Era una noche sin luna. Era una noche sin. Una noche con sin, sin con. Una noche de contraste.

Sí, la vida tiene noches sin sin, con con, sin con y con sin. La vida es una canción…